viernes, 31 de julio de 2009

Un censor en el disco duro

Acostumbrados, como están, los jefes de prensa de los gabinetes institucionales a periodistas sumisos –que se llevan la nota y transcriben las declaraciones oficiales sin cuestionarse nada- Manel Fran, el director de Comunicación elegido a dedo por el ministro de Trabajo para gestionar su imagen pública, se cabreó muchísimo cuando se encontró con un redactor preguntón.

No iba a dejar él que un espabiladillo le estropeara la comparecencia al ministro –que como todos había llamado a los medios para quedar bien ante la opinión pública no para dar explicaciones de su trabajo- A Fran le salió el carácter censor y prepotente.

El vídeo es muy significativo. ¡Tan breve y tan intenso! Empieza por negar que la noticia sea tal (“Aquí la noticia la decido yo” –está pensando el cargo público que cobra del dinero de todos-) y como el periodista insiste y además argumenta (“Ha ocurrido hace 10 minutos”) pasa a la amenaza para que al insolente le quede claro de una vez quién manda y lo que se espera de él. (“O te acomodas al papel adjudicado o te saco de la función. Que tú no sabes quién soy yo”). Vale, no es eso lo que dice pero es la interpretación libre que yo hago de sus palabras. (La ventaja de que este blog no lo lean los ministros es que no van a censurarme…).

La 2 Noticias se ha apuntando un tanto emitiendo el vídeo. Lo reproduzco aquí para que cada cual saque sus conclusiones.

El ministro Corbacho dice que si el redactor afectado se ha sentido mal le pide disculpas. Pero que su director de Comunicación es un buen profesional. Y, a mi entender, patina doblemente. Las disculpas, en todo caso, las tendría que dar el que cometió el atropello. Y al ministro lo que le toca es abroncar a su subordinado o, mejor aún, cambiarlo por otro que no tenga un censor instalado en el disco duro de su cerebro. A no ser que realmente el director de Comunicación estuviera haciendo justamente lo que se esperaba de él.


lunes, 27 de julio de 2009

La enfermedad también es un negocio

Este verano nos están acogotando con la nueva gripe. Tenemos noticia de los nuevos contagios, de cada enfermo, de la edad y estado civil de los muertos... todo con cómputo diario y por países.

A la información de los medios se añade la de conocidos y vecinos. Que si a fulanito le han tenido en cuarentena cinco días; que si menganito no va a mandar a su hija al campamento por miedo al contagio...

Y para rematarla, los globos sonda: "No, no parece necesario retrasar el inicio del curso escolar" "Sí, la vacuna estará prevista para el otoño y se ofrecerá a los grupos de riesgo" "Se calcula en xxxx el número de previsibles fallecimientos". Todo para concluir que no hay tener miedo a la nueva gripe, sólo hay que lavarse mucho las manos y no besar. Nada de besos que reparten saliva.

Que la gripe es una cosa muy mala lo sabe cualquiera que la ha sufrido. No hablo de un catarro o un resfriado sino de una gripe. Gripe, que sea de la letra que sea, te deja arrastrada y con el convencimiento de que no te cura nadie. Te curas sola. O no. Los fuertes la vencen y a los débiles los vence. Hasta aquí, nada nuevo.

¿Por qué entonces ese afán de los gobiernos y las instituciones encargadas de la salud por atemorizarnos? Asustados todos pensamos menos o, directamente, no pensamos. El pánico es lo que tiene. No hay que perder de vista que en el mismo mensaje se reparten veneno y antídoto: la gripe mata, pero tranquilos que vamos a comprar muchas vacunas.

Y así, mientras nos asustamos, dejamos de besarnos, nos vacunamos -si nos toca- y dedicamos grandes partidas del presupuesto público a enriquecer a las empresas farmacéuticas, no nos preguntamos porqué ocurren estas cosas. Aceptamos el surgimiento de nuevos virus como si de un castigo divino se tratara. Menos mal que otros sí se hacen esas preguntas y además investigan y encuentran respuestas. ¿Quiénes son los responsables de la gripe porcina? Conviene leer este artículo de Ignacio Ramonet

jueves, 9 de julio de 2009

Desde la distancia

Siempre he oído que me parezco a mi abuela paterna, Nicolasa. Cada vez es más difícil escucharlo porque los que podrían decírmelo van muriendo, pero hay una foto de mi amama con más de 80 años, tomada en las fiestas del pueblo, vestida con su moño y su pañuelo, en la que reconozco mi perfil.

Cuando yo nací ella ya era vieja, así que la recuerdo como una anciana pequeña y vivaz. Prefería dormir a ir al médico. Llevaba las cuentas al dedillo y leía el periódico todos los días con atención -en eso también nos parecemos-.

Sólo tengo un par de recuerdos más de ella: me enseñó a jugar a la brisca y los dos últimos años de su vida, desde que falleció aitite Martín, su marido, hasta su muerte a los 94, los pasó muy triste. Se puede decir que se murió de pena, ya que no tenía más enfermedad que los años y la congoja de tanto recuerdo acumulado, imposible de compartir. No importaba adónde mirara ni de lo que le hablaras, ella nombraba a Martín continuamente: que si eso le habría gustado, que esto habría dicho...

Cuando estoy de viaje me ocurre lo mismo. Mi manera de echar de menos a los que quiero es imaginar lo que disfrutarían - o no- estando en mi situación. ! Qué bien se lo pasaría aquí! !Cuanto le gustaría este plato! !Tengo que contarle esto otro!...

El amor tiene muchas maneras. El recuerdo es una y no de las peores. Siempre que no te impida disfrutar de tu realidad. No es muy inteligente dejar que la nostalgia te consuma, como a amama Nicolasa.

Pero qué puedo saber yo de cómo se entienden la vida y el amor desde la distancia de los 94 años...