domingo, 27 de septiembre de 2009

Sábanas al sol




Me gustaría saber qué es lo primero que os sugiere esta foto. Algunos ven alegría y bullicio. Vida. Yo veo falta de espacio. Necesidad de expansión.

Los pobres tienen su vida expuesta a la mirada ajena. Hay mucho reporterismo fácil sobre la miseria. Los ricos no cuelgan sus trapos al sol; secan en zonas privadas o en máquinas al efecto, se esconden del ojo público. Sabemos de la vida en la calle, pero no de lo que pasa en los salones.

La intimidad así, al sol, queda muy fotogénica y para explicarla recurrimos a los tópicos porque de los pobres creemos saberlo todo. De los ricos no sabemos nada.

!Anda que no se reirán de nuestras frases hechas para el consuelo popular! Decimos que el dinero no da la felicidad pero ¿De cuánto dinero hablamos? ¿Del necesario para tener una red de saneamiento en condiciones, por ejemplo? ¿Del suficiente para pagar un piso de 60 m2 en propiedad?

Una aristócrata alemana residente en Marbella y asidua a salir en la prensa rosa declaró en una ocasión que los ricos deben existir para que los pobres tengan con qué soñar. Lo leí y no se me olvida.

La primera vez que visité Versalles -era yo muy joven- me llevé tal impresión que aquella noche tuve un sueño con la guillotina y cabezas reales rodantes. Me pareció poco castigo. Yo les habría puesto a trabajar sin sueldo en labores fatigosas: limpiando suelos, lavando ropa, cargando fardos... Durante toda la eternidad.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El adiós

21 de septiembre. Día Mundial del Alzheimer.

Fui a comer a casa y al marcharme, una vez más, me despedí de mi padre. Le dije adiós con la tristeza de saber que la próxima vez que nos viéramos estaría más lejano, sería más cáscara y menos sentido.

Era así desde el comienzo de su enfermedad, pero no podía acostumbrarme. No acababa de aceptar el abismo entre el padre que tuve y el que era. Cómo entender que una persona perfeccionista y metódica, responsable hasta cuando dormía, se hubiera convertido en aquel ser perdido e inválido, incapaz de atarse los zapatos. Cómo entenderlo sin rebelarse.

Recordaba cuando me compró los cuadernos de caligrafía para mejorar mi letra –demasiado pequeña, demasiado discreta- y su afán porque yo escribiera con trazos más elegantes. “La letra define a la persona” decía.

¿Y sus garabatos de ahora, hechos con esfuerzo y toda la voluntad posible?

Pero lo peor era enfrentarse a su mirada desconsolada e huidiza. Asustada. Con un miedo mayor al de un niño solo en medio de una multitud de desconocidos. La demencia está en la mirada.

¿Cómo medir la intensidad de su soledad? ¿Cómo consolar al que no te reconoce, al que no se tiene a sí mismo?

“Hay que retirar los espejos. Pueden sobresaltarse con una imagen, la suya, que no reconocen” dicen los expertos.

¿Pero puede alguien ser experto en lo que no ha vivido? ¿Cómo saber lo que se siente más allá de la perdida de la razón? Yo sólo veo desolación.