domingo, 26 de septiembre de 2010

Daños colaterales

¿Se imagina alguien hace unos años una manifestación de verdugos -por ejemplo, de los que daban garrote vil, tan del gusto de la dictadura española- quejándose amargamente de la prohibición de la pena de muerte? Para los que vivían de ello tuvo que ser todo un drama cuando arrinconaron la guillotina o disolvieron la Inquisición.

Suena raro, ¿verdad? Pues aquí y ahora todo son inconvenientes. A cualquier intento de avance sólo se le ven las desventajas. Desventajas de los que piensan que el mundo acaba donde lo hace su ombligo.

Si se prohíben las corridas, la televisión nos mostrará a una costurera de trajes de luces defendiendo la continuidad de la "fiesta" en nombre de la libertad. Los trabajadores de Garoña se apuntan a la defensa de la energía nuclear con la condición de que no les cierren "su" central, aunque se pase de vieja. Los empresarios quieren ayudas por el dinero que perderán cuando los fumadores vean prohibido el dar rienda suelta a su adicción en los locales hosteleros.

Y la que más me ha dolido: los guardaespaldas quieren seguir cobrando; les preocupan tanto los protegidos que no quieren dejarlos solos. Se me ocurre que nada les impide organizar una ONG y apuntarse al voluntariado. Hay personas que acuden a Palestina o a Colombia para hacer de escudos humanos...

Sin duda, se nos conoce cuando están en juego nuestros intereses, sobre todo los económicos. Todo esto me recuerda a una estanquera que - preguntada en una encuesta - se quejaba de la publicidad anti-tabaco porque perjudicaba su negocio. “! Qué pesados son! De algo hay que morir" decía. Ella, por si acaso, no fumaba.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Ropa vieja

Guardar puede ser un síntoma de esperanza. Conservar algo con el espíritu de volver a usarlo. Eso me pasa a mí con la ropa. Lo guardo todo, por si acaso.

Estos días he estado tirando ropa vieja. Regalándola, más bien, ya que era la talla y no el deterioro lo que la había apartado al fondo del armario. Ha sido como ver pasar mi vida frente a mí. Eso que dicen ocurre en las pelis, pero no al final del camino sino en la puerta del perchero.

El paso del tiempo se me hace visible en diminutos vestidos y colores de otra época. Alguna vez mi hija fue así de chiquitina. ¡Qué vértigo! Los “ no padres” no saben lo que esto…

Luego, entregas lo que te sobra al lugar de reciclaje y te percatas del derroche y la desigualdad. Te obliga a pensar en lo que otros pueden hacer con lo que tú tiras. ¡Qué cantidad de objetos se amontonan a la espera de futuros consumidores! Muebles y juguetes desechados por unos que irán a manos de otros.

Está claro que se puede vivir con menos. Que se viva bien, mal o regular es otra historia. Aquí entraríamos en el debate entre lo suficiente y lo necesario, por otra parte, muy de actualidad en estos días.