lunes, 29 de agosto de 2011

sábado, 13 de agosto de 2011

Slow is beautiful

Mañana voy a tomar dos aviones, un tren y un autobús para llegar a un lugar en el que pasaré unos días de vacaciones. Eso sin contar los trayectos de mi casa al aeropuerto y los traslados entre estaciones. O sea, en catorce horas haré tantos kilómetros y me situaré tan lejos de mi lugar de origen que si mi abuela –cuyo viaje más largo fue la luna de miel a la provincia de al lado- estuviera viva no podría creérselo.

Al principio había escrito unos “días de descanso” pero lo he cambiado por “días de vacaciones”. Es difícil imaginar que vaya a llegar muy descansada. Sin embargo, voy contenta porque me encanta viajar. Especialmente en avión, que me lleva lejos en poco tiempo.

¿Caigo en una contradicción si digo que uno de los objetivos de estas vacaciones es conectar con mi tortuga interna? Pienso hacerlo todo con mucha calma. Y todos los días dedicaré largo rato a no hacer nada. Sin miedo a perder el tiempo. No en vano acabo de leer el libro de Carl Honoré “Elogio de la lentitud”.

Los teóricos de la lentitud apuestan por impulsar un cambio de prioridades y conseguir que los bienes materiales sean menos importantes que contar con tiempo suficiente para disfrutar de la vida. Empezaron por defender la comida de verdad frente al fast food y, poco a poco -no podía ser de otra manera-, el movimiento slow ha ido ganando terreno.

Yo me he apuntado a esta terapia contra la prisa. Si alguien quiere empezar a bajar el ritmo y no sabe cómo aquí tiene unas pautas. Y una pregunta: ¿Cuánto tiempo de ese que “no tenemos” dedicamos a ver la tele?

Cómo Practicar la Vida Slow
Desarrollar un pasatiempo o hobby tranquilo.
No pretender hacer todo de una vez.
Mirar poco el reloj: Los fines de semana levantarse de la cama, respetando los ritmos naturales del sueño, en lugar de poner la alarma.
Hacer las compras en un mercado de productos frescos.
Comer tranquilo: Saborear la comida, apagar el televisor y disfrutar de la compañía de alguien.
En vacaciones: Bajar el ritmo; no intentar conocer o recorrer todo lo que agradaría visitar.
Limitar la lista de cosas pendientes: Tomarse el tiempo necesario para las personas y actividades con las que se disfruta.
No ver tanta televisión: Hay estudios que indican que las personas ven ocho años de televisión durante toda su vida.

lunes, 8 de agosto de 2011

Los mercados no son Dios

El periódico Gara ha ofrecido una entrevista muy interesante con Susan George, presidenta de la red mundial de investigadores Transnational Institute (TNI). Dice cosas que no se escuchan en los telediarios y que conviene no olvidar. Destaco dos.

Una: La causa de la actual crisis de la deuda europea es que los gobiernos han asumido las deudas de bancos privados, que estallaron con la crisis financiera. Banca privada, es decir que tiene dueño, personas con nombres, apellidos, caras y un objetivo: enriquecerse a costa de lo que sea.

Las voces oficiales andan dando la barrila con que si hemos gastado más de lo que teníamos, que si hay muchas autonomías y demasiados funcionarios. Que somos unos irresponsables y no sabemos de economía doméstica. Son persistentes en la descalificación moral porque esperan que nos creamos merecedores del castigo: recortes salariales, privatizaciones de servicios, eliminación del gasto social, pérdida de derechos laborales que costaron generaciones conseguir… Tenemos que sentirnos culpables y aceptar que hemos sido malos. Pues no. Pongámoslo en negrita para que se vea mejor: deuda de la banca privada que vamos a pagar a escote.

Dos: Los rescates no funcionan. Grecia es la muestra. El gobierno socialista no hace más que aceptar condiciones que estrangulan más y más su economía y los griegos no salen del agujero. Lo ve cualquiera, pero qué hace Europa. ¡Ay, Europa! Como una sanguijuela no ha curado pongamos más, a ver si hace efecto. Segundo rescate. Estrujemos más a los griegos. No sé, pero me parece que a los islandeses –que se plantaron y se negaron a pagar- se les ve más tranquilos.

Algunas civilizaciones antiguas ofrecían sacrificios humanos a los dioses para aplacar su ira. Ante lo inexplicable, ante lo misterioso e incontrolado, las sociedades arcaicas mataban a algunos miembros de su comunidad con la esperanza de que la suerte cambiara a mejor. Eso nunca ocurría, claro. O no como consecuencia del asesinato consentido, pero la maniobra era claramente beneficiosa para la perpetuación del sistema. Efectuada la ofrenda, todo se mantenía igual.

Esto suena parecido. La supervivencia del sistema nos a costar la vida. Los mercados y las personas que los conforman tienen un interés claro y confeso: ganar más y más dinero sin hacer otra cosa que manejar el que ya tienen. Porque no producen nada. Sólo especulan para su propio interés. Nos sacrificamos todos para que puedan jugar con su monopoly gigante (ahora retiro de aquí y pongo allí y en esta casilla impido el paso).

Me niego. Los mercados no son Dios, ni las agencias de calificación de riesgos son el oráculo de Delfos. Son organismos interesados que marcan las cartas y cambian las reglas del juego en mitad de la partida ¿Y los gobiernos de qué parte juegan? Eso sí que lo muestra la tele. Hay muchas películas en las que aparecen súbditos de monarcas absolutos con tal devoción por su rey que le deseaban larga vida hasta cuando los enviaba al cadalso. Así era en el Antiguo Régimen: la voluntad del intocable rey no se discutía. Hasta que la Revolución francesa demostró que los reyes también tienen cuello y la guillotina los sesga con la misma facilidad que el resto.

Igual necesitamos una guillotina para la banca y el sistema financiero.