domingo, 6 de octubre de 2013

El dolor (de las víctimas)

El umbral del dolor es diferente de unas personas a otras. Las hay que necesitan anestesia para una limpieza dental y otras que aguantan roturas de huesos diciendo que, bueno, no era para tanto. Imagino que será también así con el dolor emocional. Es difícil sentenciar al respecto porque al ser el dolor intransferible, cada uno conoce el suyo. Pero si bien no sentimos por los otros, sí es cierto que el dolor ajeno nos conmueve. Y podemos entenderlo.

Ver llorar desconsoladamente a alguien que ha perdido a un ser querido impresiona mucho más que el silencio y el recogimiento de quien, pasando por lo mismo, no lo exterioriza. Duela más o duela menos, la manera de "hacernos ver" también cuenta.

Los vascos somos de esconder los sentimientos. Lloramos, pero sin estridencias. Las plañideras las sentimos lejanas; cosa de otras culturas, de otras zonas geográficas. Hacemos gala de llevarlo por dentro, en silencio. Y digo yo que igual habría que empezar a exteriorizar no sólo la reivindicación y el cabreo -que eso sí sabemos- sino también la desesperación y la tristeza. Cada una la suya, pero también, entre todos, la colectiva.

Yo he sentido mucha pena al leer que han puesto en libertad condicional al ex-general Rodriguez Galindo. 75 años de condena por torturar y asesinar a Lasa y Zabala. Estuvo sólo cuatro años en la cárcel. Es evidente que todos los muertos no son iguales. Y todos los crímenes, tampoco.

Hay víctimas a las que se les ofende sólo con un cartel o con una foto. Y su dolor, legítimo y respetable, atraviesa telediarios, es tema de debates e incluso ocupa tiempo en los juzgados. Es un dolor sin límites. Se diría que es el dolor, con mayúsculas.

Joxean Lasa y Joxi Zabala desaparecieron en 1983 y aparecieron enterrados en cal viva, en Alicante, en 1995. Tenían familia y amigos. Madres, padres, hermanos, hermanas, novias, amantes y conocidos a los que deberíamos hacer llegar hoy nuestras lágrimas solidarias para ayudarles a aligerar, si quiera un poquito, el escozor de su herida.

El dolor es universal; no podemos permitir que se lo apropien sólo unos pocos.