Hay una convención según la cual hoy toca desear felicidad a la gente próxima y no tan próxima. Cambia de cifra nuestro calendario y comemos uvas, o lentejas, nos ponemos bragas rojas y repartimos besos a medianoche. Es una manera de celebrar que el año se acaba y nosotros seguimos. Vivos y con esperanza de mejorar.
También es el momento de los resúmenes y las listas de buenos propósitos. Y de estrenar agenda.
Aunque soy aficionada a resúmenes, listas y agendas, he llegado al 31 de diciembre sin ninguna de las tres cosas resuelta. Así que voy a intentar ponerle remedio ahora, para que la estudiante aplicada que habita en mí se tranquilice.
Mi 2022 ha estado lleno de imprevistos (obras domésticas no deseadas, traslados varios, visitas a hospitales, despedidas, separaciones...). No ha sido un año malo -esas situaciones se han ido resolviendo más o menos favorablemente-, pero sí ha estado lleno de obligaciones y de incidencias no agradables. He gastado mucha energía en buscar alternativas.
Cerré mi cuenta de Twitter en enero- asqueada del ruido y la violencia verbal-, he dejado Netflix y no me he acercado a este blog. He leído. En papel. (Os dejo unas fotos con los libros leídos y comprados; otros han sido de préstamo por lo que no están ahí). Sólo he cumplido una de mis intenciones del pasado uno de enero. El resto ha ido corriendo por el calendario, esperando encontrar el tiempo o la voluntad.
Mi agenda en 2023 supongo que seguirá igual de apurada que este año y que todos los que me queden hasta conseguir un sueldo sin necesidad de cambiar dinero por tiempo (jubilación o lotería). Cada jornada tendrá su afán y me gustaría poder resolverlo sin enredarme ni amargarme con pequeñeces.
"Cada día es un regalo", la reflexión es de un amigo que este año las ha pasado canutas. Mi propósito para el año que empieza es valorar el regalo. Bailar siguiendo el movimiento de mi aliento. Mi propio y único movimiento.
Os deseo lo mismo. Dejad que entre la vida, dejadla salir y disfrutad de la pausa.