En tiempos de crisis la venta de felicidad es un gran negocio. Recientemente, científicos de todo el mundo se reunieron en San Francisco (EEUU) para celebrar un congreso sobre la felicidad. Y lo hicieron a lo grande. Reconocidos sicólogos, sociólogos, neurólogos, terapeutas disertaron sobre la búsqueda del bienestar, intentando delimitar las causas por las que, en iguales condiciones, unas personas son más felices que otras.
La Psicología Positiva, con Martin Seligman a la cabeza, sostiene que el optimismo se puede aprender. Que podemos entrenarnos para ser dichosos. Y que las condiciones externas a nuestra voluntad no son determinantes. La parte práctica -el negocio- surge cuando un batallón de terapeutas monta consultas y organiza cursillos para ayudarnos, por ejemplo, a dibujar el mapa de nuestros deseos. Esos que conseguiremos a base de voluntad. Porque si queremos, podemos.
Suena tan ingenuo, tan naïf, tan helado de fresa...
Pero hay letra pequeña. De entrada, ya avisan de que no vale pedir ser más guapo o más rico. Entrenamiento sí, pero milagros no.
¿Y qué pasa cuando el mapa de tus deseos depende de las acciones de terceros? Conservar el trabajo o encontrar uno si lo has perdido ¿es cuestión de voluntad? ¿Y si lo que deseas a rabiar es que a otro le vaya mal? Que a El la novia le deje para ver si así te mira a ti. O que los tramposos -los que inventan normas y se las saltan con intención de ganar - pierdan, pierdan, pierdan. O que los maltratadores sientan reproducido en sus entrañas el dolor que causan.
Al parecer, cosas así no se deben desear si quieres ser feliz. Hay que aprender a disfrutar de lo que se tiene. Pero si sólo puedo desear conformarme con lo que soy en el mundo tal y como es ¿en qué se diferencia ese mensaje de la resignación cristiana?
domingo, 22 de febrero de 2009
sábado, 7 de febrero de 2009
¿Hay peor cosa que un jefe tonto?
Pues sí. Es mucho peor tener un jefe que se hace el tonto. Estos son más difíciles de descubrir y aún más difíciles de torear. (Aviso: no digo que sea un papel exclusivo de los hombres, pero los que yo he sufrido lo eran).
Físicamente tienen apariencia de sacristán. Son discretos. Amables en las formas pero fríos, faltos de sentimiento en el trato. Apenas hacen ruido. Por supuesto, nunca gritan. A veces su presencia pasa tan desapercibida que si el plano se paralizara por un momento se les vería agazapados en una esquina, como si pasaran por allí, no queriendo molestar. Tienen la habilidad de ausentarse cuando hay problemas. Van de "pobrecitos, faltos de carácter" pero sólo es una táctica para no verse obligados a tomar decisiones.
Cuando sienten el menor atisbo de peligro, no dudan al elegir bando. Siempre se ponen del lado del más fuerte, en la acera del poder. La máscara cae y se desdicen de todo, cambian actas de reuniones, borran de su disco duro los recuerdos, se escabullen, se arrastran, venden a su madre. Niegan que alguna vez la conocieran. Y siempre encuentran la cabeza de algún subordinado/a para entregar en bandeja.
Son colaboracionistas que babean ante el poderoso. Sorprenden en los momentos críticos por su capacidad de viraje. Entonces se entiende por qué suben, cómo llegan, de qué habilidades se sirven para mantenerse. Y sólo queda maldecirles, quitarles el disfraz, cuidarse de ellos.
Y recordar que la sotana la lleva el párroco pero la ayuda del sacristán, ciego seguidor de sus dictámenes, es inestimable.
Físicamente tienen apariencia de sacristán. Son discretos. Amables en las formas pero fríos, faltos de sentimiento en el trato. Apenas hacen ruido. Por supuesto, nunca gritan. A veces su presencia pasa tan desapercibida que si el plano se paralizara por un momento se les vería agazapados en una esquina, como si pasaran por allí, no queriendo molestar. Tienen la habilidad de ausentarse cuando hay problemas. Van de "pobrecitos, faltos de carácter" pero sólo es una táctica para no verse obligados a tomar decisiones.
Cuando sienten el menor atisbo de peligro, no dudan al elegir bando. Siempre se ponen del lado del más fuerte, en la acera del poder. La máscara cae y se desdicen de todo, cambian actas de reuniones, borran de su disco duro los recuerdos, se escabullen, se arrastran, venden a su madre. Niegan que alguna vez la conocieran. Y siempre encuentran la cabeza de algún subordinado/a para entregar en bandeja.
Son colaboracionistas que babean ante el poderoso. Sorprenden en los momentos críticos por su capacidad de viraje. Entonces se entiende por qué suben, cómo llegan, de qué habilidades se sirven para mantenerse. Y sólo queda maldecirles, quitarles el disfraz, cuidarse de ellos.
Y recordar que la sotana la lleva el párroco pero la ayuda del sacristán, ciego seguidor de sus dictámenes, es inestimable.
viernes, 6 de febrero de 2009
Buzones limpios de propaganda
Cada vez son más los portales que lo tienen; un cartelito con la frase mágica: "Esta comunidad no desea propaganda". A veces hay también un recipiente, a modo de papelera, para que al repartidor le quede claro lo que puede hacer con su mercancía.
Podría parecer que se ha extendido el mensaje ecologista de reducir el consumo de papel y salvar árboles, pero no va por ahí. La propuesta suele partir de vecinos "cabreados" que al grito de "que nadie nos engañe, que no nos entretengan con tonterías" van sumando votos contra el enemigo repartidor de folletos.
Sin embargo, la publicidad no engaña. Los publicistas quieren convencernos de la excelencia de un producto, crearnos necesidades que taparemos con dinero. Recubren de fantasía nuestras carencias, manipulan la emoción, pero son sinceros. Siempre acaban descubriendo sus cartas.
Curiosamente, una parte del público que con tanto ahínco rechaza la propaganda es la misma masa que confía en los periódicos gratuitos. "Dicen la verdad, porque no son de nadie" (frase contundente escuchada a un anónimo en el metro y referida a la ausencia de editorial en los gratuitos) !Como si cada titular no fuera en sí mismo un editorial!
Hace un tiempo participé en un seminario en la que más de la mitad de los ponentes intentaba justificar que lo suyo no era hacer propaganda, sino educar en valores. Eran pedagogos, sicólogos, consultores varios que como no venden un producto sino ideas , como "tratan de concienciar y no de animar al consumo" se resistían a hablar de publicidad. Tan empeñados estaban en marcar las diferencias con los publicistas que daban un poco de pena. Defendían su inocencia con argumentos banales. Como el anónimo del metro.
La publicidad es la mala porque va de frente. Y somos tan listos que preferimos que nos coman el coco sin aviso previo.
Podría parecer que se ha extendido el mensaje ecologista de reducir el consumo de papel y salvar árboles, pero no va por ahí. La propuesta suele partir de vecinos "cabreados" que al grito de "que nadie nos engañe, que no nos entretengan con tonterías" van sumando votos contra el enemigo repartidor de folletos.
Sin embargo, la publicidad no engaña. Los publicistas quieren convencernos de la excelencia de un producto, crearnos necesidades que taparemos con dinero. Recubren de fantasía nuestras carencias, manipulan la emoción, pero son sinceros. Siempre acaban descubriendo sus cartas.
Curiosamente, una parte del público que con tanto ahínco rechaza la propaganda es la misma masa que confía en los periódicos gratuitos. "Dicen la verdad, porque no son de nadie" (frase contundente escuchada a un anónimo en el metro y referida a la ausencia de editorial en los gratuitos) !Como si cada titular no fuera en sí mismo un editorial!
Hace un tiempo participé en un seminario en la que más de la mitad de los ponentes intentaba justificar que lo suyo no era hacer propaganda, sino educar en valores. Eran pedagogos, sicólogos, consultores varios que como no venden un producto sino ideas , como "tratan de concienciar y no de animar al consumo" se resistían a hablar de publicidad. Tan empeñados estaban en marcar las diferencias con los publicistas que daban un poco de pena. Defendían su inocencia con argumentos banales. Como el anónimo del metro.
La publicidad es la mala porque va de frente. Y somos tan listos que preferimos que nos coman el coco sin aviso previo.
domingo, 1 de febrero de 2009
Mujer con bolso
De jovencita no entendía porqué las mujeres llevaban bolso y los hombres no.
Yo no necesitaba nada para salir de casa. No llevaba llave, ni dinero - nuestra manera de pasar la tarde no incluía consumo-, ni siquiera pañuelos de papel. Iba ligera de carga y con las manos vacías.
Pero un día, no sabría precisar cuándo, eso cambió.
Ahora soy una mujer como las demás: una mujer con bolso.
En mi afán por aprender - es la actividad a la que más tiempo de mi vida he dedicado y lo que me queda- me fijo en los distintos a mí, por ver si su manera de gestionar los problemas me sirve de ayuda. Observo, comparo, analizo... Los hombres -ya sé que generalizar está mal pero a veces es inevitable- tienen comportamientos que envidio. La ausencia de bolso es uno de ellos. No es que no lo lleven, es que no lo necesitan.
Tengo la impresión de que los bolsos de las mujeres están llenos de soluciones a problemas de otros. Las madres, por ejemplo, llevan cochecitos diminutos y muñecas "playmovil" para entretener a sus criaturas. Hoy he visto a tres mujeres solas, en edad de ser abuelas, cada una en un banco, sentadas, mirando a la ría. Se apoyaban en sus grandes bolsos. Me habría gustado saber qué contenían.
Las mujeres llevamos en el bolso responsabilidades, preocupaciones -reales o inventadas- necesidades y hasta anhelos. ¿Acaso los hombres carecen de todo eso? No lo creo. Es simplemente que los reducen lo suficiente para que quepan en un bolsillo. Porque eso sí, sus ropas siempre, siempre, tienen bolsillos.
Pero un día, no sabría precisar cuándo, eso cambió.
Ahora soy una mujer como las demás: una mujer con bolso.
En mi afán por aprender - es la actividad a la que más tiempo de mi vida he dedicado y lo que me queda- me fijo en los distintos a mí, por ver si su manera de gestionar los problemas me sirve de ayuda. Observo, comparo, analizo... Los hombres -ya sé que generalizar está mal pero a veces es inevitable- tienen comportamientos que envidio. La ausencia de bolso es uno de ellos. No es que no lo lleven, es que no lo necesitan.
Tengo la impresión de que los bolsos de las mujeres están llenos de soluciones a problemas de otros. Las madres, por ejemplo, llevan cochecitos diminutos y muñecas "playmovil" para entretener a sus criaturas. Hoy he visto a tres mujeres solas, en edad de ser abuelas, cada una en un banco, sentadas, mirando a la ría. Se apoyaban en sus grandes bolsos. Me habría gustado saber qué contenían.
Las mujeres llevamos en el bolso responsabilidades, preocupaciones -reales o inventadas- necesidades y hasta anhelos. ¿Acaso los hombres carecen de todo eso? No lo creo. Es simplemente que los reducen lo suficiente para que quepan en un bolsillo. Porque eso sí, sus ropas siempre, siempre, tienen bolsillos.
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