Saltaba esta mañana por los titulares de algunos periódicos digitales pensando que cuando fallezca Mario Benedetti -que está hospitalizado, viejito y enfermo- me va a dar mucha pena, cuando me he encontrado con un muerto inesperado: Javier Ortiz.
Periodista, escritor y columnista certero. Sus comentarios críticos formaban parte de mi paisaje cotidiano. La retranca de sus mensajes era un ingrediente más de la dieta de lectura. Le tenía en mi lista de favoritos; esa que un día de estos -cuando tenga tiempo- voy a colgar para enlazarla desde este blog. Y de pronto, es tarde. Ni una letra más. Sólo queda consolarse repasando el archivo. ! Hay que ser grande y tener sentido del humor para dejar escrito tu propio obituario ! Javier Ortiz lo ha hecho (www.javierortiz.net).
De pronto, he recordado con que desamparo recibió mi padre la noticia del fallecimiento de James Stewart. Para mí era sólo un actor larguirucho que nos demostraba, normalmente por Navidad, qué bello es vivir, pero para él fue, sin duda, mucho más. Lo sentía parte de su biografía. La pérdida le tuvo apenado varios días.
Nos acostumbramos a que los otros, no sólo los queridos y cercanos sino todos los otros, estén siempre ahí. Y cualquier ausencia nos recuerda nuestra fragilidad. Es como cuando vas en coche repetidamente por el mismo recorrido y te conoces cada curva, cada elemento del paisaje. A veces ni te fijas pero esperas que todo siga igual. Necesitas la permanencia del entorno para tú moverte más tranquilo. Y si talan unos árboles o construyen un nuevo edificio o, de pronto, aparece un socavón que requiere obra, la falsa seguridad se tambalea.
Conviene reposar la mirada y no correr tanto. ¿Adónde nos lleva la prisa? Yo hoy me he cogido la tarde libre, para festejar y celebrar la vida. Por los Benedetti, los Ortiz y tantos otros árboles de mi paisaje. Y porque, como dice mi amiga Julia -que siempre se pide el primer turno de todas las libranzas- si llega de repente, que al menos me pille con las vacaciones disfrutadas. !Salud!
martes, 28 de abril de 2009
domingo, 19 de abril de 2009
Galletas de barro
Ahora mismo, mientras escribo estas líneas -después de haber comido una exquisita merluza de anzuelo y un plato de fresones deliciosos - en este instante, hay personas en Haití que engañan el hambre con galletas de barro. Comen tierra secada al sol.
800 millones de personas sufren de subnutrición crónica (http://www.fao.org). Vamos a escribirlo otra vez para que quede más claro: ochocientos millones. La verdadera crisis mundial es el hambre y no la falta de liquidez o los fondos contaminados.
Cuando en 2000-2001 la enfermedad conocida como "mal de las vacas locas" hizo saltar las alarmas de la seguridad alimentaria, un país -Corea- lanzó una petición que no fue atendida. Solicitó que las reses que dieran positivo en los controles veterinarios no fueran destruidas sino que las enviaran para allá.
La petición tenía una base lógica: mata más el hambre. Su malnutrida población prefería comer carne contaminada y arriesgarse al contagio que, en cualquier caso - teniendo en cuenta el largo periodo de incubación de la enfermedad - les mataría más tarde que el hambre.
Hoy hemos sabido que 1.400 familias vascas perdieron sus casas en 2008 por embargo. Todo un drama. En periodismo, la diferencia entre el drama y la estadística -800 millones de hambrientos- estriba en la proximidad. A todos los hipotecados nos preocupan las dificultades del mercado, el euribor, el valor a la baja de los inmuebles... El hambre de los demás -aunque da mucha pena- se soporta mejor porque queda lejos.
Es evidente que nos importa mucho más nuestro dolor de muelas que la enfermedad terminal de vecino. Y esa manera de ser "humano" no la hemos inventado los periodistas.
800 millones de personas sufren de subnutrición crónica (http://www.fao.org). Vamos a escribirlo otra vez para que quede más claro: ochocientos millones. La verdadera crisis mundial es el hambre y no la falta de liquidez o los fondos contaminados.
Cuando en 2000-2001 la enfermedad conocida como "mal de las vacas locas" hizo saltar las alarmas de la seguridad alimentaria, un país -Corea- lanzó una petición que no fue atendida. Solicitó que las reses que dieran positivo en los controles veterinarios no fueran destruidas sino que las enviaran para allá.
La petición tenía una base lógica: mata más el hambre. Su malnutrida población prefería comer carne contaminada y arriesgarse al contagio que, en cualquier caso - teniendo en cuenta el largo periodo de incubación de la enfermedad - les mataría más tarde que el hambre.
Hoy hemos sabido que 1.400 familias vascas perdieron sus casas en 2008 por embargo. Todo un drama. En periodismo, la diferencia entre el drama y la estadística -800 millones de hambrientos- estriba en la proximidad. A todos los hipotecados nos preocupan las dificultades del mercado, el euribor, el valor a la baja de los inmuebles... El hambre de los demás -aunque da mucha pena- se soporta mejor porque queda lejos.
Es evidente que nos importa mucho más nuestro dolor de muelas que la enfermedad terminal de vecino. Y esa manera de ser "humano" no la hemos inventado los periodistas.
sábado, 11 de abril de 2009
Un colchón de mentiras
Sobre una mentira se puede organizar una vida o incluso una sociedad. Dichas de la manera adecuada y a quien quiere oírlas, las mentiras salen a cuenta; se les puede sacar mucha rentabilidad.
Era mentira que Gernika la quemaran los rojos y la frase duró toda una dictadura. Hoy en día, bajo acusaciones mentirosas, un joven independentista puede tirarse años en la cárcel. Porque si pensar diferente es delito, o te convierte en cómplice del delito, todos podemos ser terroristas de alguna causa.
Es mentira que para trabajar en la Administración vasca sea obligatorio saber euskara. No hay que esforzarse mucho para encontrar numerosos funcionarios que ni saben ni tienen intención de aprender. Pero se construyen programas electorales sobre esa falacia. Y funciona.
Es falso que nuestra sociedad del bienestar no fabrique pobres. Son menos y no tan visibles como en otros lugares, así que recurrimos al autoengaño para que no se nos atraganten.
Los Reyes Magos son una mentira que contamos a los niños. Y abren los telediarios. Se diría que preferimos un cierto grado de merengosa mentira a la sinceridad absoluta: ácida, arisca y tan difícil de moldear.
A veces es mentira que quien quieres te quiera, pero te lo crees para dormir más tranquila.
Era mentira que Gernika la quemaran los rojos y la frase duró toda una dictadura. Hoy en día, bajo acusaciones mentirosas, un joven independentista puede tirarse años en la cárcel. Porque si pensar diferente es delito, o te convierte en cómplice del delito, todos podemos ser terroristas de alguna causa.
Es mentira que para trabajar en la Administración vasca sea obligatorio saber euskara. No hay que esforzarse mucho para encontrar numerosos funcionarios que ni saben ni tienen intención de aprender. Pero se construyen programas electorales sobre esa falacia. Y funciona.
Es falso que nuestra sociedad del bienestar no fabrique pobres. Son menos y no tan visibles como en otros lugares, así que recurrimos al autoengaño para que no se nos atraganten.
Los Reyes Magos son una mentira que contamos a los niños. Y abren los telediarios. Se diría que preferimos un cierto grado de merengosa mentira a la sinceridad absoluta: ácida, arisca y tan difícil de moldear.
A veces es mentira que quien quieres te quiera, pero te lo crees para dormir más tranquila.
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