Ahora mismo, mientras escribo estas líneas -después de haber comido una exquisita merluza de anzuelo y un plato de fresones deliciosos - en este instante, hay personas en Haití que engañan el hambre con galletas de barro. Comen tierra secada al sol.
800 millones de personas sufren de subnutrición crónica (http://www.fao.org). Vamos a escribirlo otra vez para que quede más claro: ochocientos millones. La verdadera crisis mundial es el hambre y no la falta de liquidez o los fondos contaminados.
Cuando en 2000-2001 la enfermedad conocida como "mal de las vacas locas" hizo saltar las alarmas de la seguridad alimentaria, un país -Corea- lanzó una petición que no fue atendida. Solicitó que las reses que dieran positivo en los controles veterinarios no fueran destruidas sino que las enviaran para allá.
La petición tenía una base lógica: mata más el hambre. Su malnutrida población prefería comer carne contaminada y arriesgarse al contagio que, en cualquier caso - teniendo en cuenta el largo periodo de incubación de la enfermedad - les mataría más tarde que el hambre.
Hoy hemos sabido que 1.400 familias vascas perdieron sus casas en 2008 por embargo. Todo un drama. En periodismo, la diferencia entre el drama y la estadística -800 millones de hambrientos- estriba en la proximidad. A todos los hipotecados nos preocupan las dificultades del mercado, el euribor, el valor a la baja de los inmuebles... El hambre de los demás -aunque da mucha pena- se soporta mejor porque queda lejos.
Es evidente que nos importa mucho más nuestro dolor de muelas que la enfermedad terminal de vecino. Y esa manera de ser "humano" no la hemos inventado los periodistas.
domingo, 19 de abril de 2009
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