Sólo puede decidirlos cada uno. Como con la militancia política, el voluntariado y tantas otras cosas, no vale decir a otros lo que hay que hacer.
“Les ofrecimos 6.000 euros y no quisieron subir” declaraba Juanito Oiarzabal clamando contra los sherpas mientras lamentaba la muerte de su compañero de expedición ¿Cuánto vale la vida de un sherpa?
“No ha habido solidaridad”. Es triste escucharlo y demasiado fácil publicarlo. En los momentos de profundo dolor hay personas que callan y otras que sueltan todo lo que les sale de las tripas. No sé si es ético que los medios se aprovechen de esa debilidad
¿Se podía haber hecho más por rescatar a Toto Calafat? No tengo ni idea.
Lo que está claro es que al montañero le abandonaron sus fuerzas. En la lucha contra los propios límites, a 8.000 metros de altura, el ser humano sólo cuenta con su fortaleza física y mental. Y alguien que se arriesga a una ascensión al Annapurna lo sabe. Tiene que saberlo. Tolo perdió el partido cuando no calibró bien su capacidad, su resistencia para subir y volver. Hay quien dice que sus compañeros también le dejaron solo, preocupados por su propia supervivencia (nadie sabrá nunca si otra decisión no hubiera acarreado una tragedia mayor en número). Y le abandonó también la suerte cuando las circunstancias adversas impidieron que el helicóptero y las dos personas que acudían a auxiliarle –impresionante generosidad la del rumano Horia Colibasanu que vivió la dramática agonía de Iñaki hace dos años en el mismo escenario – llegaron tarde.
Es muy triste. Y no es justo decir que los sherpas podían y no quisieron, que tenían miedo, que ni por dinero. Dawa, el sherpa que acompañó a Tolo en la ascensión, -que subió con la misma dificultad y el mismo esfuerzo-, se quedó con él a pasar la primera noche. Hasta que se puso en camino para pedir ayuda, porque él solo poco podía hacer. Otro sherpa, Sonam, salió a auxiliarle. Once horas solidarias pasó en su busca. Anduvo y anduvo pero no pudo llegar hasta donde estaba.
¿Cuántos nombres propios de sherpas conocemos? Empleados a sueldo, que no entran en las listas de famosos por hollar las cimas más altas y sin embargo están allí. Silenciosos porteadores de material, nunca son los protagonistas de la crónica feliz. ¿Por qué tendría un sherpa que jugarse la vida para salvar la de un alpinista perdido?
Se dicen muchas cosas hirientes cuando se está herido. Lo cierto es que el mallorquín bajaba al extremo de sus posibilidades. Exhausto. En el límite de la vida. Y la perdió.
Un respeto a su memoria. Un respeto a lo supervivientes.
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Pensaba escribir algo sobre el asunto también yo, Kanene. No lo tengo nada claro: ¿es preciso arriesgar tanto? ¿se convierte al final aquello en un sálvese quien pueda?
ResponderEliminarDramático y triste final (esa última llamada de Calafat, sobrecogedora), y, me temo que nunca sabremos la historia completa.
Por cierto, el sherpa que acompañó a Martín Zabaleta en el Everest: Pasang Temba (creo)