Atrás quedó el tiempo de los obreros silenciosos. Ahora la masa salarial debe compartir creencias y emociones con los líderes económicos -que no patrones, palabra claramente en desuso-.
El discurso oficial, en su corrección, declara que respeta las ideas, pero ¿respeta de igual manera las decisiones? Aquí y ahora puedes pensar lo que quieras; siempre que no lo digas en voz alta y no se te note. Aún no han conseguido controlar los sueños, si pudieran también habría una clasificación de los disidentes en esto de soñar.
Quieren trabajadores sin condiciones. En breve, a las horas extras les llamarán voluntariado. Y elegirán por nosotros con qué ONG colaborar.
El lenguaje está contaminado. Hay que consultar los diccionarios, devolverle a las palabras su significado, ese que los políticos y economistas - contadores de cuentos- les han robado. Quieren equiparar la normalidad a la sumisión. La huelga la califican de salvaje, con ese tonillo peyorativo que da tan bien en la tele, y conviene recordar que salvaje es lo contrario de domesticado. ¿Alguien puede explicar para qué sirve una huelga domesticada?
Intentan encantarnos con la legalidad. Como si la ley surgiera de un manantial milagroso con capacidades terapéuticas y brotara rica de justicia (en algunos lugares puedes morir legalmente apedreado por amar al no adecuado). Sólo la comodidad explica muchos comportamientos.
Nos quieren entregados a su causa, que casi nunca es la nuestra. No lo olvidemos.
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