Escribir el día después del fin del mundo da morbo. Es como sentirse superviviente de un naufragio inventado.
La verdad es que por aquí ha salido el sol y el día ha sido precioso y limpio. Aunque no tengamos más dinero, ni más de nada que ayer.
Ha habido bromas con el tema hasta en los telediarios. Para estar tan seguros de que era mentira se le dedicaba demasiada atención. Si lo pensamos, lo que nunca pasó y lo que no ocurrirá llenan mucho tiempo de nuestras conversaciones.
Los comentarios sobre la dichosa predicción me han servido para darme cuenta de que algunas personas sienten que el mundo se les acaba por cualquier cosa. Los hay que no saben que hacer con su tiempo vacacional y prefieren la rutina del trabajo. O los que siendo golosos profesionales les hunde que les diagnostiquen diabetes. Sin embargo, el planeta no vemos que se hunda. Creemos ciegamente en que siempre habrá otra oportunidad.
La idea del apocalipsis la hemos llevado al terreno doméstico y cercano y nos nos impresionan los grandes finales. Es nuestro egoista bienestar lo que nos motiva.
Como si supieramos que nuestros pequeños mundos han tenido finales varias veces; tantas como cambios sorpresivos y dolorosos hemos sufrido. Un novio que te deja de querer, un despido, un aborto indeseado, una enfermedad que da miedo, una ausencia para siempre... y todo cambia. Aunque el mundo, como dice la vieja canción italiana, siga girando.
No sirve de nada ponerse trascendentales. Cuando se acabe de verdad no habrá aviso.
Il mondo. Jimmy Fontana
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