Hace unos años, un compañero de trabajo me preguntó porqué era feminista. Qué motivo había, qué quería yo reinvidicar si lo tenía todo: derecho a la educación, al voto, trabajo, autonomía... -sólo le faltó añadir que mi pareja no me pegaba...- Para él, lo de la igualdad era una reivindicación superada. No discutí, ni me molesté, porque entendí que lo preguntaba con buena intención; realmente sentía curiosidad. Así que le respondí tranquilamente que era feminista por solidaridad. Porque quería que todas las mujeres de mundo tuvieran, al menos, todo eso que a sus ojos yo tenía. Empezando por el derecho a no ser mutilada en la infancia.
Le dije si había pensado alguna vez que su hija, de haber nacido en otra zona del mundo, habría sido sometida a la tortura de la ablación. No. No podía ni imaginarlo. La palabra en sí misma le resultaba extraña y lejana. A mi, no. Para mí es un vocablo que encierra toda la crueldad que el poder patriarcal, amparándose en la tradición, puede ejercer contra una niña para dejarla marcada, física y sicológica, de por vida. Quizá porque nací con clítoris me siento en la obligación de exijir que todas las mujeres puedan conservar el suyo.
Así que encuentro millones de motivos para ser feminista. Uno por cada niña mutilada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario