Tengo una amiga, A, que cree ciegamente en que las cosas pasan por algo y en que atraemos nuestra suerte. Se leyó entusiasmada El secreto y habla del destino como consuelo a muchas de las contrariedades de su vida -que por otra parte, no han sido tantas- . Yo observo una contradicción entre defender, al mismo tiempo, que el pensamiento positivo lo consigue todo y que lo que tiene que suceder sucederá. Le animé a leer Sonríe o muere, pero me dijo, con indulgencia, que no tengo arreglo, que siempre he sido una descreida y además ahora soy una aguafiestas.
Tengo un amigo, B, al que le gustaría prohibir las referencias a los Reyes Magos en la televisión. Le parece muy grave que se engañe a las criaturas con figuras como el Ratoncito Pérez o Maritxu Teilatukoa en vez de explicarles, simplemente, que los dientes de leche se caen para ser sustituidos por los dientes permanentes. Lleva una cruzada personal contra el Reiki y otras pseudociencias: va arrancando y tirando a la basura cada cartel que se encuentra sobre el tema. Solo acepta lo que la Ciencia defiende. Yo le digo que su fe inquebrantable se ve reforzada por dos circunstancias: es hombre y no tiene hijos. A las mujeres la Ciencia nos ha tildado de histéricas y nos ha agredido de mil formas. Las mentiras científicas sobre las mujeres forman parte del acervo cultural y no desaparecen al mudar de dentadura.
Tengo que decir que soy amiga de ambos, con esa amistad de años de roce y cariño, pero no convivo con ninguno de los dos. Seguramente, no podría. Es factible discutir sobre las opiniones pero las creencias no se negocian. Lo vemos cada día.
Entre el pensamiento positivo como forma de control social y la Ciencia como nueva religión yo me quedo con mis sueños. Mis sueños me hablan, me dan consejos y me muestran el camino por el que transitar para deshacer mis preocupaciones o, al menos, aligerarlas. No voy a escribir un libro sobre ello ni intento convencer a nadie de las ventajas que supone dormir más y mejor para soñar suficiente, pero os aseguro que nada me aclara tanto las ideas como pegar la cabeza a la almohada y ponerme a soñar sin premeditación. Me acuesto con la pregunta y me levanto con la respuesta.
Seguramente, A y B tendrán su propia teoría sobre mi experiencia y llevarán la explicación a su terreno. Yo les pondría juntos a discutir sobre el asunto, mientras me echo una siesta.
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