Hay personas, demasiadas, que en vez de basar sus relaciones, incluso las más íntimas, en la confianza las basan en el control. Duermen mejor sabiendo que un papel firmado les une obligatoriamente a su pareja o, al menos, hace más difícil la separación. ¿Cómo van a aceptar dejar en manos de una menor la decisión de contar o no con sus padres?
Eso y no otra cosa es lo que propone la futura ley del aborto al otorgar a las jóvenes mayores de 16 años la potestad de abortar sin conocimiento de los padres. Les da la opción de elegir si les incluyen en su decisión o lo resuelven solas.
Según las leyes vigentes una chica de 16 años puede casarse, someterse a una operación de cirugía estética y trabajar sin consentimiento paterno, pero lo necesita para hacerse un tatuaje. A esa edad tienen responsabilidad penal, pero no están autorizadas para comprar tabaco ni consumir alcohol. Aunque evidentemente lo hacen. Sin pedir permiso.
Algunas voces se levantan contra la reforma porque piensan que limita el papel de los padres, los excluye. Sin embargo, a poco que pensemos nos damos cuenta de que la confianza entre las personas no depende de lo que nos diga una ley sino del camino recorrido juntos. Y es así en todo tipo de relaciones.
Tras la apariencia de proteger a las menores se diría que a quien protegemos es a los adultos, de sus propias contradicciones y miedos.
¿Alguien cree que una joven que pueda confiar en la comprensión y el criterio de sus progenitores no les va a pedir ayuda? A los 16, a los 26 y a los 36..., siempre cuentas con los que sabes que te quieren y te respetan. Pides ayuda a quien crees que te la va a dar.
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