Siempre he oído que me parezco a mi abuela paterna, Nicolasa. Cada vez es más difícil escucharlo porque los que podrían decírmelo van muriendo, pero hay una foto de mi amama con más de 80 años, tomada en las fiestas del pueblo, vestida con su moño y su pañuelo, en la que reconozco mi perfil.
Cuando yo nací ella ya era vieja, así que la recuerdo como una anciana pequeña y vivaz. Prefería dormir a ir al médico. Llevaba las cuentas al dedillo y leía el periódico todos los días con atención -en eso también nos parecemos-.
Sólo tengo un par de recuerdos más de ella: me enseñó a jugar a la brisca y los dos últimos años de su vida, desde que falleció aitite Martín, su marido, hasta su muerte a los 94, los pasó muy triste. Se puede decir que se murió de pena, ya que no tenía más enfermedad que los años y la congoja de tanto recuerdo acumulado, imposible de compartir. No importaba adónde mirara ni de lo que le hablaras, ella nombraba a Martín continuamente: que si eso le habría gustado, que esto habría dicho...
Cuando estoy de viaje me ocurre lo mismo. Mi manera de echar de menos a los que quiero es imaginar lo que disfrutarían - o no- estando en mi situación. ! Qué bien se lo pasaría aquí! !Cuanto le gustaría este plato! !Tengo que contarle esto otro!...
El amor tiene muchas maneras. El recuerdo es una y no de las peores. Siempre que no te impida disfrutar de tu realidad. No es muy inteligente dejar que la nostalgia te consuma, como a amama Nicolasa.
Pero qué puedo saber yo de cómo se entienden la vida y el amor desde la distancia de los 94 años...
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