Negar la realidad no es una buena forma de afrontar problemas. Hacerlo de manera individual no es recomendable, pero allá cada cual y cómo quiere vivir su vida. Intentar trasladar ese error a la colectividad es grave, muy grave. Algunos niños con cierta discapacidad no aprenden nunca a jugar al escondite. Se tapan los ojos y creen así que como ellos no ven los demás no les ven. Taparse los ojos no funciona ni siquiera para esconderse.
Sin embargo, donde yo vivo hay políticos que no entienden esa simple lección. No sé qué clase de discapacidad sufren pero quieren tapar realidades molestas y creerse así que las hacen desaparecer. Se han propuesto enseñar a la población qué y a quién es lícito querer y qué y quién debe ser rechazado. Desean imponer su criterio como el único lúcido y a tener en cuenta.
Supongo que en la Argentina de finales de los 70 los milicos pensarían lo mismo. Esas mujeres peleonas que daban vueltas a la plaza para recordar a sus hijos desaparecidos eran, para ellos, unas locas. ¿A quién se le ocurre querer a un hijo subversivo?
El presidente de Irán, Ahmadinejad, dijo en una intervención pública que en su país no había homosexuales. El amor entre personas del mismo sexo está prohibido allí. O sea que los iraníes son todos heteros porque lo dice la ley islámica. Y si a alguien se le olvida lo ahorcan.
Hay muchos grados de estupidez entre el desconocimiento y la pura perversión pero, en cualquier caso, legislar sobre los afectos está abocado al fracaso. Las madres seguirán queriendo a sus hijos y los hombres enamorándose de otros hombres. Lo contemple la Constitución o no.
Por supuesto, hay que educar a las personas en el respeto al otro, -aunque ese otro nos resulte muy muy desagradable- . Está claro que no puedes romper las reglas si quieres vivir en comunidad. Nos socializan para eso. Para no ir desnudo por la calle, para no saltarnos los semáforos en rojo, para considerar derecho sagrado la propiedad privada... Pero los afectos que los dejen en paz.
Que nadie me diga cómo pensar, a quién querer, qué tengo que valorar. Eso no debe determinarlo la mayoría por votación popular, aunque suene democrático. A qué muertos llorar y con qué vivos convivir es asunto que debe elegirlo cada cuál.
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