Lo del síndrome postvacacional me da la risa, y no precisamente porque sea funcionaria sino porque he sido parada.
¿Por qué no se habla del síndrome del no-poder-ir-de-vacaciones-porque-no-se-tienen? La tele venga y dale con la operación salida y la operación retorno y los retrasos de los vuelos, y tú que no sabes cómo pagarás el alquiler el mes siguiente, ese en el que los que sufren el síndrome se consuelan viendo las fotos de su estancia en la playa y contando los días que faltan para Navidad.
Creí que este año no se iban a atrever, con los altísimos niveles de paro y la crisis económica en todas las portadas. Pero de nuevo están dando bola a las molestias que nos causa la incapacidad de adaptarnos al trabajo tras la finalización de las vacaciones. Molestias que hasta hace pocos años no estaban tipificadas ni como problema. Era lo más normal del mundo; como sudar cuando hace calor.
Nos cuentan que el cambio de ritmo y el regreso a un entorno de exigencias nos ocasionan cansancio, falta de apetito y concentración, somnolencia, tristeza... ¿Qué solución proponen? Fraccionar las vacaciones, no estar holgazaneando tanto tiempo seguido, que no nos acostumbremos a vivir como los ricos. Y -esto es de lo más divertido- hacer un periodo de readaptación para ir asimilando el cambio. Vamos, que te vas diez días de vacaciones y los tres últimos tienes que dejar de dormir la siesta, madrugar y pensar en tu jefe... Eso sí que es para ponerse enfermo.
¿Qué tal si empezamos por evitar darle importancia al asunto? ¿Hasta cuando vamos a regodearnos en la autocomplacencia? Que el trabajo, en la mayor parte de los casos, es una maldición, no lo discute casi nadie, pero hay una desgracia aún peor. Sólo hay que fijarse en las caras de los inmigrantes ilegales. También tienen su espacio en los noticieros, aunque a veces quedan un poco esquinados; hay que hacer sitio a los sicólogos que nos dan consejos para no ahogarnos en un vaso de agua.
Llegará el día en que las imágenes de los desarrapados que arriban a nuestras costas de la abundancia se emitirán con un aviso: “puede herir su sensibilidad de persona acostumbrada a quejarse por tonterías". De tanto mirarnos el ombligo se nos está quedando una peligrosa cortedad de visión.
Yo no voy a sufrir ese síndrome de nueva creación. Voy a volver a trabajar directamente cabreada y desmotivada sin disimulo. Porque me gusta mucho estar de vacaciones y disponer de mi tiempo para lo que quiera. Y porque unos trabajan demasiado y otros nada –que aquí también la clave está en el reparto-. Y porque otro mundo sería posible si no fuéramos todos tan miopes.
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