domingo, 31 de diciembre de 2023

El 2023 lo recordaré


Empecé el año cuidando de mi hija. Un agresivo virus intestinal nos impidió acudir a la celebración familiar. A continuación, fui yo quien enfermó y me pasé la primera semana de 2023, mis vacaciones, con décimas de fiebre y mal cuerpo. Y volví al trabajo.

El cansancio me acompañó todo el primer trimestre y finalmente, a finales de marzo, se hizo mi dueño. La gripe A y una posterior neumonía vírica me transportaron a un lugar al que, de poder elegir, no querría volver. La fiebre era tan alta y el agotamiento tan extremo que no podía hacer nada, más allá de esperar que pasara. Confiar en que pasara. Entendí, en carne propia, que el cuerpo humano, si no se mueve, se va convirtiendo en un guiñapo. Recordé a los dementores de Harry Potter, que te absorben la energía vital y la alegría, hasta dejarte vacío, a merced de la tristeza profunda y, supe, sin lugar a dudas, que J. K. Rowling se había inspirado en su propia neumonía. Sólo quien lo había sufrido conocía la inmensidad de ese vacío. No tenía fuerza para hablar, ni para leer, ni para protestar o preocuparme demasiado. Estaba tendida. Aislada. Esperando que el descanso y el tiempo curaran mi pulmón dañado.

Pasaron semanas y, poco a poco, fui mejorando. Salí de la cama, empecé a ver vídeos cortos de decoración, de cocina, de youtubers viajeros… Volví a leer. Y a pasear, despacio. Muy despacio, al principio. Como si otra persona, mucho más vieja, se hubiera apoderado de mi cuerpo. No tenía fuerza para subir escaleras. Mi cabeza se recuperó antes que el resto. Me leí, de corrido, los cuatro libros sobre Lucy Barton, de Elizabeth Strout. Me entusiasmé con su prosa. Ya no me dormía todo el rato. Empecé a ver series, capítulos enteros. Fui recuperando peso y las ganas de conversar. Miraba el mar y las flores y los árboles, miraba la primavera llegar y crecer, sin tocarme. Un día me desperté y sentí que la fuerza vital había vuelto. Tenía ganas, no obligación, de levantarme y de abrir un periódico, cualquiera, que me contara lo que ocurría fuera de mí. Me había curado.

En ese tiempo, cambiaron mis prioridades. De pronto, supe que quería dejar de trabajar y los años que me restan hasta la jubilación se me harán largos. Me hice más selectiva. Menos generosa con mi ocio. Redecoré la casa -de algo tenían que servirme los vídeos de consejos-, recordé que, con 15 años, había aprendido a hacer macramé. Lo retomé. Acabé dos tapices. Me dí cuenta de que hacer nudos de cuerda me ayuda a deshacer otro tipo de nudos. Volví a disfrutar de estar sola, y también de estar acompañada.

Agradecí tener un sueldo fijo y vivir en una sociedad con derecho a baja laboral y sanidad gratuita. Nacer en la parte buena del mundo es una suerte. Y más aún si tienes quien te cuide con cariño, como es mi caso.

Hice algunas comidas con amigas y amigos, aunque me perdí otras. En todas me sentí muy a gusto. La amistad es la red que te salva de caer, cuando el resto falla. No deberíamos olvidarlo.

Mi hija me dio razones para ser feliz. Le pasaron cosas muy buenas, que no cuento por respeto a su intimidad. Tuve, y tengo, la suerte de tener en mi entorno niños y niñas que me contagian su entusiasmo y su ilusión. Y, aunque a veces me toca hacer de “señora mandona”, me quieren un montón y me regalan su alegría.

En 2023 no pude ir a Italia, pero estuve en Ainhoa, y en Baiona. Y en Bermeo. Y en Francia, dos veces. En julio, hice un viaje con parte de mi familia. Fuimos al parque Disneyland y a París. Subimos a la torre Eiffel, navegamos por del Sena, visitamos mi barrio favorito (Le Marais), nos sacamos fotos en la Place des Vosges. Comimos crepes y helados. Y nos reímos. Nos reímos mucho y también nos cansamos. Fueron unas muy buenas vacaciones. De las que se recuerdan.

Tomé el sol en el balcón, monté muebles, hice postres ricos. En agosto me contagié de coronavirus. No fue leve, pero después de la neumonía me pareció muy soportable. Escribí poco. Leí más. No puedo decir que mucho, porque con los libros me pasa como con el chocolate, nunca me parece bastante. El verano se fue en un suspiro.

Trabajé. Y trabajé. Y me aburrí de trabajar. Cambié de operador de telefonía (lo pongo en este resumen porque fue muy laborioso). Redescubrí lo que ya sabía: gestionar lo doméstico, con sus averías y contratiempos, ocupa gran parte de la vida de las mujeres. Esos listados de pendientes urgentes por resolver me comen la moral. Vi películas malas y algunas, pocas, buenas. Puse temporizadores en varias aplicaciones de mi móvil, para perder menos tiempo, -menos vida-, en redes sociales y otras tonterías. Escuché muchos pódcast, casi todos prescindibles. Vacié un trastero. Regalé algunas cosas, otras, simplemente, las tiré.

Llegó diciembre. Me escapé a Albi, a visitar su impresionante catedral y el museo de Toulouse Lautrec. Allí me propuse volver a estudiar francés. A la vuelta, aparqué la idea. Acabé el mes en un concierto de mi cantante favorito, en mi ciudad favorita. Sintiéndome muy bien. Y recordando una reflexión del libro “No me acuerdo de nada”, de Nora Ephron: Darme cuenta de que me quedan solo unos años buenos me ha impactado sinceramente y me ha dado mucho que pensar”.

Sed felices.











sábado, 21 de enero de 2023

!Quiérete y baila!


Miley Cyrus- Flowers 

Amo esta canción. Me hace bailar y estar contenta, como a Diane Keaton, ... !Qué grande!



sábado, 31 de diciembre de 2022

Cada día, su afán

Hay una convención según la cual hoy toca desear felicidad a la gente próxima y no tan próxima. Cambia de cifra nuestro calendario y comemos uvas, o lentejas, nos ponemos bragas rojas y repartimos besos a medianoche. Es una manera de celebrar que el año se acaba y nosotros seguimos. Vivos y con esperanza de mejorar.  

También es el momento de los resúmenes y las listas de buenos propósitos. Y de estrenar agenda. 

Aunque soy aficionada a resúmenes, listas y agendas, he llegado al 31 de diciembre sin ninguna de las tres cosas resuelta. Así que voy a intentar ponerle remedio ahora, para que la estudiante aplicada que habita en mí se tranquilice. 

Mi 2022 ha estado lleno de imprevistos (obras domésticas no deseadas, traslados varios, visitas a hospitales, despedidas, separaciones...). No ha sido un año malo -esas situaciones se han ido resolviendo más o menos favorablemente-, pero sí ha estado lleno de obligaciones y de incidencias no agradables. He gastado mucha energía en buscar alternativas. 

Cerré mi cuenta de Twitter en enero- asqueada del ruido y la violencia verbal-, he dejado Netflix y no me he acercado a este blog. He leído. En papel. (Os dejo unas fotos con los libros leídos y comprados; otros han sido de préstamo por lo que no están ahí). Sólo he cumplido una de mis intenciones del pasado uno de enero. El resto ha ido corriendo por el calendario, esperando encontrar el tiempo o la voluntad. 

Mi agenda en 2023 supongo que seguirá igual de apurada que este año y que todos los que me queden hasta conseguir un sueldo sin necesidad de cambiar dinero por tiempo (jubilación o lotería). Cada jornada tendrá su afán y me gustaría poder resolverlo sin enredarme ni amargarme con pequeñeces.

"Cada día es un regalo", la reflexión es de un amigo que este año las ha pasado canutas. Mi propósito para el año que empieza es valorar el regalo. Bailar siguiendo el movimiento de mi aliento. Mi propio y único movimiento.

Os deseo lo mismo. Dejad que entre la vida, dejadla salir y disfrutad de la pausa. 










jueves, 30 de diciembre de 2021

BAM 9: izarren hautsa / polvo de estrellas


Seguir la emisión del Concierto de Año Nuevo es una costumbre muy arraigada en mi infancia. Así es como pasábamos la mañana del día primer del año, jugando por casa, con la tele encendida y el ritmo de los valses vieneses de fondo.

No descubro nada si digo que el tiempo vuela. Un día estamos celebrando el nochevieja, y, a continuación, las horas de luz empiezan a alargarse y nos plantamos en primavera. El verano se pasa en un suspiro. Con el inicio de curso estamos otra vez sacando los abrigos del armario y haciendo planes destinados a no cumplirse.

Hace nada entramos en el 2000 y en mi nueva agenda marca 2022.

Claudio Magris, en “El infinito viajar”, cita a la que fuera su esposa Marisa Madieri.

Nosotros somos tiempo cuajado, dijo en cierta ocasión Marisa Madieri. Y no sólo cada individuo, también cada lugar es tiempo cuajado, tiempo múltiple. Un lugar no es sólo presente, sino también ese laberinto de tiempos y épocas diferentes que se entrecruzan en un paisaje y lo constituyen; así como pliegues, arrugas, expresiones excavadas por la felicidad o la melancolía, no sólo marcan un rostro sino que son el rostro de esa persona, que nunca tiene sólo la edad o el estado de ánimo de aquel momento, sino el conjunto de todas las edades y todos los estados de ánimo de su vida”.

Tiempo cuajado. Se me ha quedado grabado.

¡Disfrutémoslo! Tanti auguri   


miércoles, 29 de diciembre de 2021

BAM 8: fue un flechazo


Todos somos frikis de algo. Yo tengo una debilidad por Italia. Visité por primera vez  la Toscana en 2002 y me enamoré, pero no de la cúpula de Brunelleschi  sino del idioma. Desde entonces vuelvo siempre que puedo. Como las pasiones no tienen explicación, no voy a intentar buscar razones a la mía. Allí me siento a gusto, es como si el lugar me acogiera.

Tengo a mi entorno un poco harto con esta manía mía y es normal. De Italia me gusta hasta la canción del verano. Estoy abducida. 


martes, 28 de diciembre de 2021

BAM 7: la nostalgia no es por el lugar sino por el tiempo


Alguien escribió, creo que fue Borges, que la nostalgia no se siente por lo que ocurrió en un tiempo y en un lugar, sino por lo que nosotros éramos entonces. O lo que recordamos de lo que éramos, añadiría yo.

En general, nos contamos nuestro pasado con condescendencia. Somos complacientes con nuestro yo de ayer.  Y está bien.  Los recuerdos nos construyen así que mejor si guardamos los buenos. Pero la vida siempre es presente.  A mí  también me gusta mirar por el retrovisor pero nunca con ganas de retroceder.


lunes, 27 de diciembre de 2021

BAM 6: mientras pueda bailar


No sé si la culpa fue del cha cha cha de Gabinete Caligari, o del merengue de Juan Luis Guerra, pero yo un día me arranqué a bailar y no he parado.

Moverse al ritmo de la música produce muchos efectos positivos en el cuerpo y en la mente: rebaja el estrés, alegra el ánimo, mejora la concentración… Bailar es una gozada. Y cualquiera puede hacerlo. De una manera sofisticada como la pareja del tango o a saltitos verbeneros, como en Sarri Sarri. La cosa es moverse.

Comparto la visión inclusiva de la danza que tenía el gran Antonio Gades: “la gente piensa que para bailar hay que ser joven, guapo, alto, delgado… Para nada es así. Bailar es expresar un sentimiento y lo puede hacer cualquiera”.