domingo, 26 de septiembre de 2010

Daños colaterales

¿Se imagina alguien hace unos años una manifestación de verdugos -por ejemplo, de los que daban garrote vil, tan del gusto de la dictadura española- quejándose amargamente de la prohibición de la pena de muerte? Para los que vivían de ello tuvo que ser todo un drama cuando arrinconaron la guillotina o disolvieron la Inquisición.

Suena raro, ¿verdad? Pues aquí y ahora todo son inconvenientes. A cualquier intento de avance sólo se le ven las desventajas. Desventajas de los que piensan que el mundo acaba donde lo hace su ombligo.

Si se prohíben las corridas, la televisión nos mostrará a una costurera de trajes de luces defendiendo la continuidad de la "fiesta" en nombre de la libertad. Los trabajadores de Garoña se apuntan a la defensa de la energía nuclear con la condición de que no les cierren "su" central, aunque se pase de vieja. Los empresarios quieren ayudas por el dinero que perderán cuando los fumadores vean prohibido el dar rienda suelta a su adicción en los locales hosteleros.

Y la que más me ha dolido: los guardaespaldas quieren seguir cobrando; les preocupan tanto los protegidos que no quieren dejarlos solos. Se me ocurre que nada les impide organizar una ONG y apuntarse al voluntariado. Hay personas que acuden a Palestina o a Colombia para hacer de escudos humanos...

Sin duda, se nos conoce cuando están en juego nuestros intereses, sobre todo los económicos. Todo esto me recuerda a una estanquera que - preguntada en una encuesta - se quejaba de la publicidad anti-tabaco porque perjudicaba su negocio. “! Qué pesados son! De algo hay que morir" decía. Ella, por si acaso, no fumaba.

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