domingo, 23 de enero de 2011

Críticas feroces y mucha pasividad

Leo que un banquero suizo ha entregado a Wikileaks datos de dos mil sospechosos de evasión fiscal. Al parecer, había intentado darle los documentos al ministro de Finanzas alemán, sin éxito. Se dice que entre los evasores figuran 40 políticos. ¿Será el inicio del mundo al revés de Goytisolo? ¿Con lobitos buenos y banqueros honrados?

Pronto veremos las vergüenzas financieras de algunos al aire. ¿Y qué más? Otra vez nos conformaremos con que el escándalo y el cabreo por las revelaciones nos produzcan una urticaria ¿Cuando dejará el desengaño de ser pasivo y pasaremos a exigir responsabilidades?

Hace dos días, en un autobús urbano, de forma espontánea, a raíz de una conversación privada –sobre la jubilación a los 67- escuchada por todos los presentes, la gente se calienta y empieza una letanía contra los políticos y su labor. Si el malestar se cristalizara en algo más que quejas… ¿Cuántos de esos protestones irían a una manifestación para decir lo mismo en voz alta? ¿Cuántos participarán en la huelga del 27?

Un par de semanas atrás, trayecto de veinte minutos escuchando la diatriba de un taxista indignado, profundamente enfadado, por las consecuencias de la crisis para su bolsillo y la inutilidad de los políticos a los que había votado y le estaban llevando a la ruina. “!Me estoy gastando los ahorros para sobrevivir!”. Quería venganza. Añoraba un líder como Le Pen, estaba dispuesto a montar un grupo paramilitar para liquidar “a unos cuantos políticos sinvergüenzas”. Decía sus nombres. Se confesaba dispuesto a matarlos él mismo.

Tal alterado estaba, tan salido de sí, que se equivocó y me dejó en otra dirección. Me lo tomé bien. Prefería caminar que seguir escuchándole, pero se percató de su error y volvió para recogerme y llevarme al final de la calle. Se disculpó, avergonzado. En otras circunstancias, en otro momento –me contaba- él había votado a la izquierda, pero ¡lo estaban haciendo tan mal! Parecía un amante despechado.

Yo pensaba que si esas mismas declaraciones las hiciera no un taxista madrileño con plaza en Barajas sino uno vasco, en otro contexto, podría acabar en la Audiencia Nacional.

Así son estos días, de ideas perseguidas y exaltaciones jaleadas. Igual es que nos prefieren salidos de madre, lanzando feroces críticas alrededor de la máquina del café, como si las restricciones a los derechos, las reformas a la baja, los ataques al pensamiento crítico fueran inevitables, una plaga bíblica. Y después del desahogo, cada uno a lo suyo, “a ver si yo me libro, a ver si no me toca”, que es la manera más segura de que nada se mueva.

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