Ya viene la noche de nuevo. He esperado hasta octubre para despedirme porque me resisto a entrar en el invierno. Como la eterna estudiante que soy, para mí el año sólo tiene dos estaciones: la del curso y la de las vacaciones. El resto, se reduce a colocarse encima más o menos ropa.
Me cuesta horrores desprenderme de los días largos y de las horas de luz. Siempre he sentido que las penas al sol son menos penas. Y pronto saldremos de casa a oscuras y regresaremos igual. Sólo quedarán las fotos para recordar el calor.
Este verano he aprendido a admirar a las señoras con gorrito. En las playas -donde me gustaría vivir siempre- no hay photoshop y los cuerpos se desmoronan, se desparraman en toda su humanidad. Cuando aún tienes la carne tersa es duro comprobar en qué te convertirás (si tienes la suerte de llegar a vieja). Pero este año he observado al detalle a las señoras más mayores. Mujeres feas, de 70 u 80 años, que van a la arena con su silla y su gorrito. Me han parecido felices. Como poseedoras de un secreto. Quizá han descubierto algo que las demás aún no sabemos.
Espero llegar a ser una señora con gorrito aunque para eso tenga que pasar por unos cuantos inviernos.
Bien pensado, de noche también pasan cosas interesantes.
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