viernes, 28 de diciembre de 2018

...Y quitan las cabinas telefónicas

Este año se me ha ido exageradamente rápido. El correr frenético de los meses me ha pillado tan desprevenida que no podía creerme que mi viejo coche tuviera que pasar de nuevo la ITV, cuando ha llegado diciembre. Habría jurado que acababa de superar la inspección. Si no fuera porque tengo una agenda en la que apunto todo y a la que le quedan tres páginas en blanco no me creería que 2018 se acaba.

Los cambios a mejor, la buena salud, la ausencia de problemas gordos o todo a la vez, no sé el motivo, pero lo cierto es que el año ha fluido y yo con él. ¿Soy solo yo la que siente que a partir de los 40 la vida coge velocidad?

Estos últimos días, antes de entrar en el 19, los he dedicado a limpiar con paciencia y en profundidad diversos armarios. He recuperado objetos que creía perdidos y he tirado otros muchos que no guardan ya ningún sentimiento, solo polvo. Y me he enfrentado a la que era yo hace unos cuantos años. Me he reencontrado en fotos, escritos, lecturas... Es bonito y extraño reconocer a la que fui.
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Mi hija me ha dicho-ya ha llegado también ese día- lo joven que se me ve en las fotos de hace una década y he comprobado que mi caligrafía es cada vez peor y tampoco escribo cosas más interesantes ahora...

En fin, que en medio de un repaso sereno de los años pasados de mi vida - !tenía guardados apuntes del año 2000 !- me llega la noticia de que las cabinas telefónicas tienen sus días contados y ahí ya sí, me he sentido prehistórica. Porque llamar desde una cabina era algo usual antes de que llegaran los móviles -que no han estado siempre- y a ver cómo haré para explicar a mi sobrina recien nacida que hubo una época en la vivíamos sin el teléfono en el bolsillo y, además, no había aparato en todas las casas. Por eso las cabinas eran importantes. Le va a a sonar tan lejano como a mí los lavaderos municipales.

Me despido del año viejo y recibo el nuevo asumiendo que solo tenemos el presente y la juventud es un estado de ánimo (para los mayores de 35 básicamente; los otros no lo ven así) y los recuerdos pueden resultar un cálido cobijo en días de frío pero no conviene abusar.

Os deseo que acertéis en la elección de qué tirar y qué conservar para seguir caminando con un equipaje ligero de obligaciones y repleto de afectos.

 Y de regalo: un poema de Sarrionandia, musicado por MICE.





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