El gran error de la comunicación gubernamental en este momento de salida de la madriguera es no explicar crudamente la realidad.
Dulcifican el mensaje, para intentar agradar supongo, y acaba pasando que nos enredamos en si las franjas horarias son buenas o malas para nuestros intereses personales, si la mascarilla es más o recomendable y/o soportable, que si las terrazas, que si las fiestas patronales...
Todo se simplificaría si dijeran alto y claro cuál es la diferencia entre ahora y hace dos meses.
Repasemos: el virus es el mismo - igual de contagioso y desconocido-, tratamiento no tenemos; vacuna, tampoco. Lo distinto es que gracias al confinamiento se ha reducido de manera considerable la velocidad de contagio y, en caso de enfermar, tendremos una cama en el hospital. O sea, hemos superado la fase de colapso del sistema sanitario.
Eso es todo. Igualmente podemos enfermar, pero, al ser menos, nos pueden cuidar mejor.
La tan anhelada normalidad es una ilusión. El riesgo no ha bajado. Si suben los contagios volveremos a la casilla de inicio.
A no ser que queramos aceptar como normal al COVID-19, sus cifras diarias de mortalidad y una asistencia sanitaria selectiva, atendiendo a las personas según criterios de productividad.
Algunas voces ya han perdido la vergüenza y lo declaran sin pudor: que se mueran los viejos. Y si la cifra final resulta poco estética, dejamos de contarlos.
Ellos hablan, y el resto ¿cuándo pasaremos de aplaudir a reivindicar?
jueves, 14 de mayo de 2020
Desconfinamiento: LA CONFUSIÓN
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