Ellos, líderes mediocres y feroces, tienen un discurso: hay que aprender a convivir con el virus. Lo que se traduce en: hay que acostumbrarse y aceptar la muerte y el sufrimiento causados por el covid-19. Y nos instan a seguir impulsando la rueda. Que no pare. Es responsabilidad individual no infectarse. Nos dan recomendaciones para luego abroncarnos por no cumplir. "Te lo dije. La culpa es tuya, por ser débil, viejo, pobre...". Selección natural.
Nosotras, personas afectadas y perplejas, sentimos rabia y miedo. Nos creíamos a salvo. Protegidas por un sistema eficaz, que se ha desvelado insuficiente, incapaz, lleno de fallos. Entre la incredulidad y la negación, no acabamos de asumir la realidad: nuestras vidas de caramelo, dulces, brillantes, frágiles, no nos aseguran un mañana. El futuro nunca fue una certeza. Para nadie.
Todos, parte de esta mierda de sociedad, deberíamos reflexionar sobre la ausencia de ética, exacerbada por el egoísmo al alza, que nos anima a pensar, a creer, a decir que los que sucumben son mayores y enfermos, previamente tocados por otras dolencias. Son los otros, los excedentes. No productivos demandantes de recursos. Ausencias asumibles, mientras no caigan cerca.
Todas nosotras, personas anónimas, somos la causa de que ellos sean los líderes. Les hemos puesto ahí. Seamos x o y, formamos parte de la ecuación. La incógnita no se despejará sin nuestra participación. !Hagamos algo! Algo que nos humanice, algo que cuando todo pase -siempre pasa- los que queden -siempre queda alguien- puedan contar sin avergonzarse.
Somos mortales. Tenemos final. Pero el cómo y el cuándo importan. Demostremos que importa. Que nos importan.
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