lunes, 26 de octubre de 2009

Sin mucha fe

Último lunes de octubre en Gernika. La agricultura reconvertida en ocio. Miles de personas acudirán a la feria del agro vasco, como quien va al cine o a un museo al aire libre. Los hosteleros harán su agosto. En los puestos se quejarán de que no venden tanto como quisieran. Se hablará de la crisis. O de su ausencia. Y hasta el año que viene; o hasta la próxima, que Santo Tomás está al caer.

No sé cuántos de esos paseantes habrán oído hablar de Akuilu, la asociación de jóvenes agricultores que este pasado fin de semana ha llevado a cabo una marcha reivindicativa desde Azpeitia a Durango. "El caserío es una forma de vida tan digna como cualquiera y la asociación, formada por jóvenes baserritarras, quiere demostrarle a nuestra sociedad que los baserritarras son necesarios, que tienen mucho que ofrecer y que, si se les facilita el camino, todos saldremos ganando” han declarado. Quieren fomentar la venta directa, la relación productor-consumidor mediante cooperativas. Necesitan ayudas económicas para no abandonar, para que trabajar salga rentable. Necesitan, además, que lo entendamos.

El portavoz de la asociación Akuilu ha dicho que no tienen excesivas esperanzas en que las administraciones públicas «muevan algo. No tenemos mucha fe», precisó. Sin embargo, cree que es necesario que la sociedad sea la que actúe de manera directa para «que haya una cambio de la política agraria. Nuestra marcha ha querido remover a la sociedad, a nuestro pueblo, para que entre todos consigamos que el sector salga fortalecido con los jóvenes».

Yo tampoco tendría mucha fe si estuviera en su lugar. En la Administración, por supuesto, -es más fácil que den ayudas para cambiar de coche que para comprar alimentos-, pero ni siquiera en la sociedad. Quieren hacernos pensar, reflexionar sobre si consideramos la agricultura como parque temático o como actividad productiva. Qué incordio sería descubrir que para practicar el comercio justo no hay que irse hasta lejanas tierras.

Hemos socializado los problemas del sector financiero. Nos han convencido de que sus pérdidas son nuestra perdición. Así que los gobiernos ayudan, con el dinero de todos, a los grandes bancos, a sabiendas de que nunca nos tendrán en cuenta en el reparto de beneficios. ¿A alguien se le pasa por la cabeza aplicar una política similar de ayudas a la agricultura local? Para empezar, la OMC nos acusaría de fomentar la pobreza en el Tercer Mundo. Por lo visto, el sector financiero no tiene nada que decir en el tema del hambre. Ellos sólo fabrican dinero. Los agricultores trabajan para dar de comer a la gente. ¡Qué vulgaridad!

Tranquilidad y buenos alimentos, solía decir mi padre ante cualquier problema. Ya que somos lo que comemos, vamos a comer bien. La tranquilidad la perdimos hace mucho y lo de comer bien…

domingo, 11 de octubre de 2009

El despacho y el txoko

Vamos a imaginar que a mi me gustara hacer ganchillo. Que me relajara dedicar mi tiempo libre a juntarme con otras mujeres, también amantes de esa labor, para compartir afición. Que yo fuera tan selectiva, que sólo aceptara en el grupo a mujeres conocidas mías o de alguien de mi misma cuadrilla. Las fanáticas de la aguja somos cada vez más y acabamos alquilando un local para nuestra asociación de mujeres, en la que - nosotras pagamos y nosotras decidimos- la admisión sea limitada y sólo aceptamos a las que nos da la gana.

También podría ser que la asociación fuera de mujeres con las uñas de porcelana. O de productoras de pacharán casero.

Y resulta que algunos hombres –también aficionados al ganchillo, o a las uñas postizas o a la elaboración de licores- quieren entrar en la asociación. Y nosotras que no. Y ellos que sí. En el asunto tercia una institución creada para conseguir la igualdad real y efectiva de mujeres y hombres en todos los ámbitos de la vida política, económica, cultural y social de la Comunidad donde yo habito. Y nos pone una multa de 900 euros por discriminación sexual, como la que acaba de recibir una sociedad gastronómica alavesa sólo para varones.

Me asalta una duda: ¿esa Ley de Igualdad es aplicable también a Iberdrola y al BBVA? Parece que se restringe al ámbito de las administraciones públicas pero quizá esas entidades privadas reciban subvenciones o firmen convenios o contratos con la Administración. Quizá por ahí…

Propongo a Emakunde que curse multas a las empresas de selección de personal que preguntan a una ingeniera industrial de 25 años si tiene intención de ser madre. Quiero una acusación formal de discriminadores contra los empresarios que del currículum sólo miran la casilla del sexo.

También podría esforzarse en exigir la aplicación de la ley entre los altos puestos de la Administración. Le sugiero centrar sus análisis en las reuniones de cargos de libre designación –a dedo- con una proporción 17 hombres 1 mujer.

Ya que tanto empeño pone en que yo pueda entrar en las sociedades gastronómicas, me gustaría que trabajara para que las mujeres nos sentemos también en los Consejos de Administración de los grandes bancos. Quiero ver mujeres rectoras en las universidades, en las alcaldías, en las reuniones del G-20..., en la misma proporción que hombres. Quiero ocupar las calles, las plazas y los parques a las cinco de la madrugada con la misma libertad e igualdad que ellos. Espacio público en igualdad.

Ahí es donde quiero que se esmere Emakunde: en lo público. Que además es donde su Ley de Igualdad tiene ámbito de aplicación y posibilidades de hacerse cumplir.

Afecta mucho más a mi vida, y a mi desarrollo como mujer y persona, que no me contraten por tener capacidad reproductiva a que no me dejen entrar en la cocina de una sociedad a preparar bacalao al pil-pil. Por eso, me parece mucho más importante conquistar el despacho que el txoko.

domingo, 4 de octubre de 2009

La tentación del silbato

La cuestión es si el poder cambia a las personas o sólo las desvela.

Conoces a alguien más o menos normal. Me refiero a alguien que no destaca por ser colérico ni caprichoso. Alguien que dice cosas sensatas, que defiende sus opiniones con templanza. Vamos, que tú consideras que esa persona está equilibrada y atiende a razones. Y más tarde la ves en otro escenario, con algún galón en la hombrera. Supongamos que la empresa le pone coche, raya de aparcamiento reservada y el encargo de dirigir a un equipo de personas. Y algo cambia. La templanza se la deja en casa. Además del entusiasmo y del brillo que proporciona sentirse privilegiado, observas que su sensatez deriva en capricho.

¿Qué tiene el poder que convierte a un ser agradable en insufrible? ¿Transforma el poder a las personas o solamente las hace encontrarse a sí mismas?

Se puede hacer una prueba. Das a una persona un silbato y le pides que durante un tiempo se responsabilice de dirigir lo que sea, a un grupo de colegiales cruzando una calle, por ejemplo. Al poco, alguno se siente el rey del pitido. No pita sólo para reducir la circulación, hacen sonar el chiflo hasta para recriminar a uno que pasaba por allí rascándose la oreja. Porque sus deseos son órdenes. Y acaba de descubrir que eso le pone…

Pero el apego al poder se constata, aún con más claridad, en otro momento: cuando toca devolver el instrumento. La decepción, la resistencia a aceptar la nueva situación suele ser tan grande que ahí si que se ve claro que el afán de mandar era previo al silbato.