domingo, 3 de abril de 2011

Sin amantes se puede vivir

Sin amigos no. Esta era la frase preferida de un colega que, quizá porque tenía más amantes ocasionales que amistades fijas, lloraba su soledad en cuanto se empapaba de alcohol.

Seguramente tenía razón. El amor está sobre valorado y la amistad, en su humildad, es más consistente.

Pasas tiempo sin ver a personas que aprecias y los encuentras desmejorados, cansados, con la sombra de los años ocultando su brillo. Y a ti te ven igual, claro. Hablas de cosas insustanciales, bromeas, te tocas, te abrazas. Y al rato, ya les ha cambiado la cara. Como si la edad se hubiera detenido en los 13 años y todos siguieran, siguiéramos, siendo adolescentes con una vida por jugar.

Los amigos no te prometen la eternidad y sin embargo duran siempre. No te juzgan. Sólo se ríen contigo -a veces, también de ti-, desde el cariño. Están ahí, como el paisaje al fondo de una fotografía. Cuando los buscas se dejan encontrar. Y si te despistas te recuerdan el camino.

Realmente, tiene que ser insoportable una existencia sin amigos. Mi colega llorón tenía motivos para quejarse.

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