lunes, 4 de septiembre de 2017

Miedos y fobias


Son palabras sinónimas, aunque la segunda esté más de moda en su acepción de aversión hacia algo. Comparten no solo el significado, también la mala fama social. Parece que el miedo haya que esconderlo, disimularlo e incluso negarlo. “Pero no tengas miedo; si no hace nada…” te suelta el dueño de un mastín sin bozal, mientras el perro te ladra con animadversión; y con esa frase descalifica tu derecho a sentir temor y te pasa el problema a ti, que eres una cobardica, que no te gustan los animales y, por tanto, no sabes apreciar lo leal y cariñosa que es su enorme mascota.

Así que ser valiente está bien visto y tener miedo, no.

Sin embargo, el miedo no es una emoción sobrante y carente de sentido. Tiene su función: nos pone en alerta y nos protege del peligro. Habrá quien vea riesgo donde otros vean oportunidad y, al contrario, quien se ría de la angustia ajena por exceso de valentía o incapacidad de ponerse en los zapatos de otro, pero el recelo hacia lo que consideramos dañoso forma parte de nuestra naturaleza humana. Y yo no voy a negarlo. Tras los atentados de Barcelona y Cambrils tuve miedo y lo tengo aun.

Tengo miedo, y no solo a que la lotería mortífera me toque, a mí o a alguna persona querida. Tengo pavor, por ejemplo, a que nos acostumbremos a que la Policía “abata” a personas –terroristas, si prefieren, pero personas en cualquier caso-, en vez de detenerlas. A que la seguridad acorrale la libertad, y la mayoría aplauda.  A que lo políticamente correcto nos constriña tanto que no se pueda hablar, ni opinar, contra las religiones (todas, el islamismo incluido) sin que te achaquen hacer el caldo de cultivo a una fobia maliciosa. 

Mi temor y mi desconfianza hacia la mediocridad de la clase política se agrandan más y más cuando escucho declaraciones que desvelan su incapacidad. Gilles de Kerchove, el coordinador europeo de la lucha contra el terrorismo, avisa de que volverá a pasar, que nos vayamos acostumbrando. ¿Una década en el cargo y eso es todo lo que tiene que decirnos?

¿Para qué mantenemos a los políticos? ¿Vale con que nos cuenten los problemas o queremos que los resuelvan?

Decididamente, no soy tan arrojada como para acariciar a según que animales ni para comulgar con según que actitudes. Si nos paramos a pensar en manos de quien está el mundo, ¿no es como para angustiarse?

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